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A mi padre le gustaban los circos, se instalaban a una cuadra de nuestra casa.Asistía conmigo y mi hermana con una frazada de cama arrollada en su brazo. La colocaba pacientemente sobre la madera de la gradería.Llevaba un pollo cocido y se lo comía en el transcurso de la función. Nada le decían porque compraba las bebidas y manzanas confitadas para nosotros.
Se reía, aplaudía y sentía miedo cuando el trapecista arriesgaba su vida, retaba al payaso que abusaba dándole cachetadas al más débil, lo veía como algo real.Era delgado como el Quijote, alto y de las piernas largas, cuando levantaba los brazos y recogía sus piernas para reírse, me daba risa, Siendo estricto con sus hijos, en el circo se transformaba y no le importaba gastar en nosotros, se sentía feliz.El día del debut le cambiaba el rostro, miraba cada ciertos minutos su reloj, se bañaba, se cambiaba ropa y se ponía el mejor sombrero, nos tomaba de la mano con su frazada al hombro, cuando llegaba a la boletería arrollaba la frazada a su brazo, y le sujetábamos el paquete con el pollo.
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Cuando escuchaba el primer pitazo que anunciaba la función se ponía inquieto, miraba como si algo estaba esperando.Recuerdo que eran tres pitazos como la partida del tren y el baterista de caja y los trompetista animaban el inicio, la caja vibraba cada vez que se acentuaba el peligro, mi padre se ponía pálido, cruzaba los brazos y cuando creía que el trapecista se iba a caer estiraba una de sus largas piernas, a veces se agarraba de una de las tablas con sus largos dedos.Se repetía las funciones porque en esos años los payasos eran buenos improvisadores, se salían del libreto y el público los animaba y aplaudía.Cada circo tenía su número estrella, recuerdo que habían muy buenos artistas, acróbatas, malabaristas, trapecista, equilibristas, magos y siempre, ni por muy pequeño, tenía su animalito, un perrito, un caballito o una chivita equilibrista.
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El convite se hacía en las esquinas con los payasos, músicos y los artistas, invitaban a viva voz, la gente salía de sus casas, entre ellos nosotros y mi padre.Mi padre admiraba a la gente esforzada, sacrificada como lo eran los artistas de circos, sin perjuicios que eran pocos los circos grandes, la mayoría eran medianos y pequeños que habitaban en pequeñas carpas.Él tenía la convicción que había que esforzarse en la vida como la gente de circo, con su esfuerzo logró derrotar a la pobreza, como era comerciante establecido siempre me asignó responsabilidades desde pequeño y me educó en un colegio privado pagado, porque no tuvo la oportunidad de educarse. Siempre me decía: «» hijo la pobreza es muy dura».
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Puede que su motivación por los circos lo relacionaba con su experiencia de vida y era el lugar donde se sentía feliz.Me gusta asistir a todos los circos porque cada uno tiene su atracción, su identidad, su tradición.Me encantan los circos de familia, de generaciones porque cada uno de ellos lleva con dignidad y orgullo el legado que les han heredado. Son portadores culturales de la tradición circense. Los percibo muy respetuosos, unidos y solidarios, respetan a sus padres, adoran a sus hijos.De ver a la familia circense tan unida y respetuosa de su historia me hace recordar cuando todos, nietos , primos, hermanos , tíos, nos juntábamos donde nuestros abuelos.Esos valores se ha diluido, dando paso al individualismo, al egoísmo.El circo tiene mucho para enseñarnos. Y todo a propósito de mi padre que hizo muy bien de ser un admirador del circo chileno.
ESCRITO POR GASPAR ALTAMAR GALLEGOS Critico Circense