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La historia de «Chocolat» EL PRIMER PAYASO NEGRO

 

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La historia de «Chocolat» (CU)

08-01-2017

Footit y Chocolat, ases de la comicidad.

 

 

Metido en aquella gran tina con agua y jabón, aquel niño que con el tiempo llegó a rendir París a sus pies con el nombre de Monsieur Chocolat, aunque entonces sólo tenía 11 años y una historia de esclavitud a sus espaldas, temblaba y temblaba mientras tres mujeres vascas de mirada adusta le frotaban con ahínco con un cepillo queriendo blanquear su piel. La escena tenía lugar en la mansión de don Patricio Castaño, un rico indiano que había hecho fortuna en Cuba con el comercio y las plantaciones azucareras y había vuelto a la comarca de las Encartaciones vizcaínas para asentarse en Sopuerta.Don Patricio había traído al negrito como criadillo para su anciana madre, doña Rosaura Capetillo, quien le trataba bien y hasta le cogió cariño. Y así andaba el pequeño Rafael hasta que las tres hermanas del rico indiano -Reyes, Josefa y Dolores- le metieron en la dichosa tina y le cepillaron hasta hacerle sangrar. Harto y despellejado, el sirviente dijo basta y se escapó. De poco sirvió que la familia Castaño emitiera un bando de busca y captura sobre su negro fugado. La requisitoria no prosperó al ser Rafael un hombre libre, dado que en España la esclavitud se había abolido en 1837 y él llevaba tiempo pisando la tierra de los vascos.
La fuga le llevó en una primera parada a la ciudad próxima de Bilbao, donde realmente arranca su gran aventura. Allí nació el nuevo hombre que pasaría a la historia como el primer payaso negro. Pero eso aún tardó. En sus primeros días como liberto, el mozo cubano sobrevivió laborando en lo que pudo. Las escasas fuentes documentales que le mencionan dicen que lo hizo de minero, como cargador en los muelles y bailando en los cafés de la villa, en clara premonición de lo que habría de ser su exitoso destino. Fue precisamente en un café donde, cercano a los 16 años (había nacido en 1868 en La Habana) le descubrió el clown inglés Tony Grice, por entonces enrolado en la Compañía Ecuestre del Circo Alegría que actuaba durante las fiestas de Bilbao del mes de agosto.
Asombrado por la fuerza y la vitalidad del mozalbete cubano, Grice no dudó en su proposición: «¿Quieres trabajar en el circo, quieres venir conmigo? -le dijo-. ¿Quieres vestir ropa de lentejuelas desde las que el sol hace muecas? ¿Quieres recibir bofetadas falsas y abrazos sinceros?».La respuesta fue sí y Rafael acompañó a Grice a cambio de comida, techo y algunas monedas. Inicialmente ejerció como criado de su mujer, Trinidad Díaz, conocida como «la Dama de los diamantes» y, más tarde, al descubrir su fuerza y la agilidad de sus movimientos -herencia de su infancia cubana y de esos «bailes de tambores» con los que los esclavos se aliviaban en los días festivos-, Grice le tomó como su aprendiz en la troupe circense que viajó a Madrid, en donde ya se le conocía bajo el sobrenombre de El Rubio.
Al año siguiente, en octubre de 1886, Grice, el clown portugués Tonyto y Rafael viajan a París para actuar en el Nouveau-Cirque, y será allí donde el cubano se verá bautizado con el apodo de Monsieur Chocolat, que era como por aquel entonces denominaban en la capital francesa a las personas de raza negra. Ejerciendo como cuartos trasero de un estrafalario caballo de tela, del que Tonyto movía la cabeza y Grice conducía con el látigo, el trío triunfó con su pieza El maestro de doma, tomando luego Rafael el protagonismo de una pantomima que tuvo un gran éxito, La boda de Chocolat (1887).Cuando tres años más tarde el talento de Tony Grice se vio eclipsado por el gracejo emergente de otro payaso británico, Georges Footit, por lo demás excelente jinete y acróbata, el director del Nouveau-Cirque, Raoul Donval, aconsejó a este último que formase pareja con Chocolat. Juntos se atrevieron incluso a parodiar la Cleopatra de la gran Sarah Bernhardt, que un tanto enfadada acudió a verles para acabar rendida ante su vis cómica. Hacia 1890 formaban ya pareja artística como Footit y Chocolat, ejerciendo el primero de listo y autoritario «carablanca» y el segundo de «augusto» que recibe las bofetadas si bien de vez en cuando se toma la revancha y revierte la situación. Fue a partir de entonces cuando las actuaciones de los restantes payasos del mundo se vertebraron en base al tándem carablanca-augusto que pervive hasta nuestros días. Una fórmula exitosa que acompañó al dúo durante 20 años convirtiendo a Chocolat en una gran estrella. Asiduo de la bohemia parisina, trabó amistad con Toulouse-Lautrec, quien en 1896 le inmortalizó en un dibujo a tinta china en el que aparece bailando durante una de aquellas interminables juergas nocturnas habidas en el parisino Irish Bar. Una escena a la que, por cierto, Gene Kelly rendirá honores en una de las inolvidables escenas de Un americano en París (1952).Rico y famoso, Chocolat era la imagen publicitaria de los jabones Hève y el chocolate Potin, lo que no le hizo envanecerse y olvidar su niñez mísera. Tanto él como su pareja de espectáculo Footit mantuvieron una destacada vena filantrópica que durante muchos años les llevó a realizar visitas periódicas a los hospitales infantiles de París, que los doctores de entonces juzgaron altamente terapéuticas.
Nunca olvidó Chocolat de dónde venía. Había nacido como Rafael, esclavo en La Habana de 1868. Un pedazo de carne más de entre el millón cuatrocientas mil almas que por entonces poblaban la isla caribeña, contándose entre ellas unas 765.000 de origen europeo y siendo las restantes negros esclavos y personas libres de color. A lo que parece, Rafael se vio pronto separado de sus padres, esclavos en una plantación, de los que no conservará recuerdo alguno, si bien en su confusa y a veces contradictoria memoria aparece la figura de una gruesa negra habanera que le adoptó y a la que más tarde recordará con su madre de leche.Plagada de bellas mansiones, teatros y hoteles en donde se celebraban bailes de lujo, La Habana de entonces era buena muestra de aquella Cuba considerada «la colonia más rica del mundo». Ajeno a tanta abundancia, Rafael vivía en sus calles como un pillete más. Hasta que un día llamó la atención de un comerciante español que paró la pelea que el bravo negrito mantenía con otro niño que le había insultado. Admirado por la fortaleza y el genio de Rafael, aquel caballero tocado con gran sombrero gris de plantador, bastón de caña y vistoso reloj de bolsillo preguntó al niño por sus circunstancias, visitando luego a su madre adoptiva, a la que -de hacer caso a las Memorias de inequívoco tufillo racista que escribiera en 1907 Franc-Nohain- le compró por 18 onzas de oro (el equivalente al sueldo de cuatro meses de un funcionario capitalino).El comerciante no era otro que el vizcaíno Patricio Castaño Capetillo, antaño uno de esos pobres emigrantes españoles que tan bien definiera el reverendo Abiel Abbot al decir «que empezaban con una tienda de seis u ocho pies cuadrados, vivían de pan y ascendían con paciencia, ahorro y trabajo hasta la riqueza y, a diferencia de los yanquis, nunca fracasaban». Llegado a Cuba hacia 1850, Castaño se hizo escandalosamente rico a la sombra de su hermano mayor, Nicolás. Dueño de aserraderos, comercios, terrenos e ingenios azucareros, don Patricio se casó en Cienfuegos con Caridad Padilla, y más tarde, entre 1875 y 1880, queriendo preservar a su familia de los avatares derivados del proceso indepentista cubano, viajó de vuelta a Bilbao con su mujer, sus hijos Adela y Nicolás y el fámulo Rafael.
El principio del siglo XX sorprendió a aquel sirviente afortunado en la cima del éxito. Juguete de la buena sociedad, mimado por la bohemia parisina de la Belle Epoque, buena prueba de su popularidad nos la da el hecho de que, hacia 1900, los hermanos Lumière filmasen seis de sus actuaciones en el Nouveau-Cirque, contándose entre ellas las famosas Guillaume Tell y La mort de Chocolat.
En 1902 Footit y Chocolat aún trabajaron juntos en la primera revista que se montó en el Folies Bergère, enrolándose luego en una gira del Nouveau Cirque que les llevó por toda Francia sin encontrar el éxito buscado. Comenzaba para ellos una lenta decadencia. Se separaron en 1910, pues Footit quería trabajar con su hijos Thomas, George y Harry, mientras que Chocolat decidió formar pareja artística con su hijo Eugène, actuando como Tablette y Chocolat en numerosos circos ambulantes en los que su nombre ejercía de reclamo.Nunca nada fue ya igual. Tras su separación, ni Footit ni Chocolat volvieron a conocer los éxitos de antaño. Al inglés le faltaba el contrapunto del cubano, y en una época en la que los diarios franceses se escandalizaban por las noticias de los linchamientos de negros a manos del Ku klux klan, no era políticamente correcto presentar en escena a un hombre negro siendo objeto de golpes y sevicias por parte de un hombre blanco.
En su cuesta abajo, tanto Footit como Chocolat cayeron en el alcoholismo. A Chocolat le sostuvo entonces su mujer, Marie Heccquet, con quien vivía desde 1895 tras divorciarse esta de su anterior marido, con quien tuvo un hijo que prohijó Rafael. La convivencia del cubano con una mujer blanca levantó un gran escándalo, al ser la suya una de las primeras parejas mixtas de Francia. El matrimonio tuvo una hija, Suzanne, que murió de tuberculosis a los ocho años, acentuando el declive del primer payaso negro de Francia.Monsieur Chocolat falleció el 4 de noviembre de 1917, a las 10:30 de la mañana. Murió repentinamente de un ataque al corazón en la habitación de su hotel en Burdeos, en donde trabajaba (formando pareja con los hijos de Footit) en el Circo Rancy bajo el sobrenombre de Patodos, según informó Le Petit Parisien. Enterrado en la fosa común reservada a los indigentes, en su acta de defunción, y por indicación de los testigos, el funcionario inscribió al finado como Rafael Padilla, lo que indicaría que éste había adoptado el apellido de la esposa cubana de su antiguo amo, Patricio Castaño, si bien durante su vida se le conoció comúnmente como Rafael Chocolat.
Tras su deceso, su viuda vio cómo se le negaba tal condición (recordemos que Chocolat no tenía apellidos ni constaba en los registros ciudadanos). Reconvertida en costurera de circo, trabajó haciendo los trajes de diversos clowns hasta su fallecimiento ocho años más tarde. Sumergida en el olvido, la figura de Chocolat resurgió en 2012 merced a la publicación de su biografía, escrita por el historiador francés Gérard Noiriel (Chocolat, clown nègre), a cuya estela seguirá en 2016 un biopic de Rochsdy Zem (Chocolat) interpretado por Omar Sy en el papel protagonista.

Metido en aquella gran tina con agua y jabón, aquel niño que con el tiempo llegó a rendir París a sus pies con el nombre de Monsieur Chocolat, aunque entonces sólo tenía 11 años y una historia de esclavitud a sus espaldas, temblaba y temblaba mientras tres mujeres vascas de mirada adusta le frotaban con ahínco con un cepillo queriendo blanquear su piel. La escena tenía lugar en la mansión de don Patricio Castaño, un rico indiano que había hecho fortuna en Cuba con el comercio y las plantaciones azucareras y había vuelto a la comarca de las Encartaciones vizcaínas para asentarse en Sopuerta.Don Patricio había traído al negrito como criadillo para su anciana madre, doña Rosaura Capetillo, quien le trataba bien y hasta le cogió cariño. Y así andaba el pequeño Rafael hasta que las tres hermanas del rico indiano -Reyes, Josefa y Dolores- le metieron en la dichosa tina y le cepillaron hasta hacerle sangrar. Harto y despellejado, el sirviente dijo basta y se escapó. De poco sirvió que la familia Castaño emitiera un bando de busca y captura sobre su negro fugado. La requisitoria no prosperó al ser Rafael un hombre libre, dado que en España la esclavitud se había abolido en 1837 y él llevaba tiempo pisando la tierra de los vascos.

La fuga le llevó en una primera parada a la ciudad próxima de Bilbao, donde realmente arranca su gran aventura. Allí nació el nuevo hombre que pasaría a la historia como el primer payaso negro. Pero eso aún tardó. En sus primeros días como liberto, el mozo cubano sobrevivió laborando en lo que pudo. Las escasas fuentes documentales que le mencionan dicen que lo hizo de minero, como cargador en los muelles y bailando en los cafés de la villa, en clara premonición de lo que habría de ser su exitoso destino.

Fue precisamente en un café donde, cercano a los 16 años (había nacido en 1868 en La Habana) le descubrió el clown inglés Tony Grice, por entonces enrolado en la Compañía Ecuestre del Circo Alegría que actuaba durante las fiestas de Bilbao del mes de agosto.

Asombrado por la fuerza y la vitalidad del mozalbete cubano, Grice no dudó en su proposición: «¿Quieres trabajar en el circo, quieres venir conmigo? -le dijo-. ¿Quieres vestir ropa de lentejuelas desde las que el sol hace muecas? ¿Quieres recibir bofetadas falsas y abrazos sinceros?».La respuesta fue sí y Rafael acompañó a Grice a cambio de comida, techo y algunas monedas. Inicialmente ejerció como criado de su mujer, Trinidad Díaz, conocida como «la Dama de los diamantes» y, más tarde, al descubrir su fuerza y la agilidad de sus movimientos -herencia de su infancia cubana y de esos «bailes de tambores» con los que los esclavos se aliviaban en los días festivos-, Grice le tomó como su aprendiz en la troupe circense que viajó a Madrid, en donde ya se le conocía bajo el sobrenombre de El Rubio.

Al año siguiente, en octubre de 1886, Grice, el clown portugués Tonyto y Rafael viajan a París para actuar en el Nouveau-Cirque, y será allí donde el cubano se verá bautizado con el apodo de Monsieur Chocolat, que era como por aquel entonces denominaban en la capital francesa a las personas de raza negra. Ejerciendo como cuartos trasero de un estrafalario caballo de tela, del que Tonyto movía la cabeza y Grice conducía con el látigo, el trío triunfó con su pieza El maestro de doma, tomando luego Rafael el protagonismo de una pantomima que tuvo un gran éxito, La boda de Chocolat (1887).Cuando tres años más tarde el talento de Tony Grice se vio eclipsado por el gracejo emergente de otro payaso británico, Georges Footit, por lo demás excelente jinete y acróbata, el director del Nouveau-Cirque, Raoul Donval, aconsejó a este último que formase pareja con Chocolat. Juntos se atrevieron incluso a parodiar la Cleopatra de la gran Sarah Bernhardt, que un tanto enfadada acudió a verles para acabar rendida ante su vis cómica. Hacia 1890 formaban ya pareja artística como Footit y Chocolat, ejerciendo el primero de listo y autoritario «carablanca» y el segundo de «augusto» que recibe las bofetadas si bien de vez en cuando se toma la revancha y revierte la situación. Fue a partir de entonces cuando las actuaciones de los restantes payasos del mundo se vertebraron en base al tándem carablanca-augusto que pervive hasta nuestros días.

Una fórmula exitosa que acompañó al dúo durante 20 años convirtiendo a Chocolat en una gran estrella. Asiduo de la bohemia parisina, trabó amistad con Toulouse-Lautrec, quien en 1896 le inmortalizó en un dibujo a tinta china en el que aparece bailando durante una de aquellas interminables juergas nocturnas habidas en el parisino Irish Bar. Una escena a la que, por cierto, Gene Kelly rendirá honores en una de las inolvidables escenas de Un americano en París (1952).Rico y famoso, Chocolat era la imagen publicitaria de los jabones Hève y el chocolate Potin, lo que no le hizo envanecerse y olvidar su niñez mísera. Tanto él como su pareja de espectáculo Footit mantuvieron una destacada vena filantrópica que durante muchos años les llevó a realizar visitas periódicas a los hospitales infantiles de París, que los doctores de entonces juzgaron altamente terapéuticas.

Nunca olvidó Chocolat de dónde venía. Había nacido como Rafael, esclavo en La Habana de 1868. Un pedazo de carne más de entre el millón cuatrocientas mil almas que por entonces poblaban la isla caribeña, contándose entre ellas unas 765.000 de origen europeo y siendo las restantes negros esclavos y personas libres de color. A lo que parece, Rafael se vio pronto separado de sus padres, esclavos en una plantación, de los que no conservará recuerdo alguno, si bien en su confusa y a veces contradictoria memoria aparece la figura de una gruesa negra habanera que le adoptó y a la que más tarde recordará con su madre de leche.Plagada de bellas mansiones, teatros y hoteles en donde se celebraban bailes de lujo, La Habana de entonces era buena muestra de aquella Cuba considerada «la colonia más rica del mundo». Ajeno a tanta abundancia, Rafael vivía en sus calles como un pillete más. Hasta que un día llamó la atención de un comerciante español que paró la pelea que el bravo negrito mantenía con otro niño que le había insultado.

Admirado por la fortaleza y el genio de Rafael, aquel caballero tocado con gran sombrero gris de plantador, bastón de caña y vistoso reloj de bolsillo preguntó al niño por sus circunstancias, visitando luego a su madre adoptiva, a la que -de hacer caso a las Memorias de inequívoco tufillo racista que escribiera en 1907 Franc-Nohain- le compró por 18 onzas de oro (el equivalente al sueldo de cuatro meses de un funcionario capitalino).El comerciante no era otro que el vizcaíno Patricio Castaño Capetillo, antaño uno de esos pobres emigrantes españoles que tan bien definiera el reverendo Abiel Abbot al decir «que empezaban con una tienda de seis u ocho pies cuadrados, vivían de pan y ascendían con paciencia, ahorro y trabajo hasta la riqueza y, a diferencia de los yanquis, nunca fracasaban». Llegado a Cuba hacia 1850, Castaño se hizo escandalosamente rico a la sombra de su hermano mayor, Nicolás. Dueño de aserraderos, comercios, terrenos e ingenios azucareros, don Patricio se casó en Cienfuegos con Caridad Padilla, y más tarde, entre 1875 y 1880, queriendo preservar a su familia de los avatares derivados del proceso indepentista cubano, viajó de vuelta a Bilbao con su mujer, sus hijos Adela y Nicolás y el fámulo Rafael.

El principio del siglo XX sorprendió a aquel sirviente afortunado en la cima del éxito. Juguete de la buena sociedad, mimado por la bohemia parisina de la Belle Epoque, buena prueba de su popularidad nos la da el hecho de que, hacia 1900, los hermanos Lumière filmasen seis de sus actuaciones en el Nouveau-Cirque, contándose entre ellas las famosas Guillaume Tell y La mort de Chocolat.

En 1902 Footit y Chocolat aún trabajaron juntos en la primera revista que se montó en el Folies Bergère, enrolándose luego en una gira del Nouveau Cirque que les llevó por toda Francia sin encontrar el éxito buscado. Comenzaba para ellos una lenta decadencia. Se separaron en 1910, pues Footit quería trabajar con su hijos Thomas, George y Harry, mientras que Chocolat decidió formar pareja artística con su hijo Eugène, actuando como Tablette y Chocolat en numerosos circos ambulantes en los que su nombre ejercía de reclamo.Nunca nada fue ya igual. Tras su separación, ni Footit ni Chocolat volvieron a conocer los éxitos de antaño. Al inglés le faltaba el contrapunto del cubano, y en una época en la que los diarios franceses se escandalizaban por las noticias de los linchamientos de negros a manos del Ku klux klan, no era políticamente correcto presentar en escena a un hombre negro siendo objeto de golpes y sevicias por parte de un hombre blanco.

En su cuesta abajo, tanto Footit como Chocolat cayeron en el alcoholismo. A Chocolat le sostuvo entonces su mujer, Marie Heccquet, con quien vivía desde 1895 tras divorciarse esta de su anterior marido, con quien tuvo un hijo que prohijó Rafael. La convivencia del cubano con una mujer blanca levantó un gran escándalo, al ser la suya una de las primeras parejas mixtas de Francia. El matrimonio tuvo una hija, Suzanne, que murió de tuberculosis a los ocho años, acentuando el declive del primer payaso negro de Francia.Monsieur Chocolat falleció el 4 de noviembre de 1917, a las 10:30 de la mañana. Murió repentinamente de un ataque al corazón en la habitación de su hotel en Burdeos, en donde trabajaba (formando pareja con los hijos de Footit) en el Circo Rancy bajo el sobrenombre de Patodos, según informó Le Petit Parisien. Enterrado en la fosa común reservada a los indigentes, en su acta de defunción, y por indicación de los testigos, el funcionario inscribió al finado como Rafael Padilla, lo que indicaría que éste había adoptado el apellido de la esposa cubana de su antiguo amo, Patricio Castaño, si bien durante su vida se le conoció comúnmente como Rafael Chocolat.

Tras su deceso, su viuda vio cómo se le negaba tal condición (recordemos que Chocolat no tenía apellidos ni constaba en los registros ciudadanos). Reconvertida en costurera de circo, trabajó haciendo los trajes de diversos clowns hasta su fallecimiento ocho años más tarde. Sumergida en el olvido, la figura de Chocolat resurgió en 2012 merced a la publicación de su biografía, escrita por el historiador francés Gérard Noiriel (Chocolat, clown nègre), a cuya estela seguirá en 2016 un biopic de Rochsdy Zem (Chocolat) interpretado por Omar Sy en el papel protagonista.

Fuente: http://www.elmundo.es/cronica/2016/12/01/583870ffca47411f4d8b45c8.html
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